Los años son los que nos prolongan la vida diaria y nos enseñan a seguir luchando en el camino de la esperanza. Y en aquello que es digno de mencionar por tener en el tiempo transcurrido ese vicio que es pródigo en cualquier inquietud de la vida que pasa y nos deja huellas en el diario vivir: el deporte.
Estar en el camino de los ochenta años es una forma mágica de contemplar nuestra existencia. De querer hacer la misma inquietud de nuestros años juveniles y contemplar que más allá de nuestra espera la vida es digna de seguir jugándola.
Nuestro querido estadio AELU nos muestra que la inquietud de las personas nada tiene que ver con los años. Somos figuras que alternamos con los más pequeños y pensamos que los jóvenes tienen el mismo deber de aprender como lo hicimos nosotros, cuando alternábamos con nuestros antepasados y nos confundíamos en la edad donde ellos batallaban por sus vidas y sus sueños.
Mencionar que un “como se le llame”, viejo, distraiga su raqueta en una forma de golpearla es el paso dado de una década hacia otra. Es contemplar la diferencia de que en el correr de los años la misma voluntad nos tiene en el sentir de nuestros días que van pasando. Es mitigar el sueño de un olvido que nos va cubriendo y volver a la esperanza cuando un recuerdo nos llena de alegría y nos hunde en la nostalgia.
Bien nos dicen que tengamos “cuidado”, pero el credo de la primera volea nos tienta a llegar a terminar el punto. Y es ahí cuando la voluntad se vuelve capricho y nos alarga el sentimiento de un cercano droop. Maquillamos el cielo y contemplamos la esperanza. Alguien dio un traspiés y se fue de bruces. La pelota quedó quieta cerca de la red. Y el correr de nuestras emociones es palpar lo dicho de que lo nuestro tiene al final de un descanso el letargo de un recuerdo que gravita en una cancha rojiza.
Sin duda, no todos llegamos de la misma manera al sentir de los años. El mismo juego tal vez, la misma necesidad puede ser distinta. Y el tropiezo, ahí sí que la caída nos hace sentir, cual pesado se hace el tiempo en el camino de la vida. Y nos decimos “tengamos paciencia que mañana volveremos de nuevo”.
En el fútbol he notado que la cancha #2, los martes y jueves, se llena de jugadores veteranos. “Los mañaneros”. Envidiados por muchos en el sentir del juego, sabemos que la consigna es patear la bola a como venga en el capricho de su trayecto. Nueve a nueve, once a once, quince a quince o veinte a veinte. El número de jugadores en la cancha no importa. La voluntad es el principio del juego y del relajo. Y he notado con alegre sorpresa que la trayectoria de la pelota es la que va de jugador a jugador y el gol es la victoria de una bola bien transitada.
Quien mañana se encuentre mal, tal vez fue por la corrida que hizo con ella. He ahí los años, cuando la gravitación de las piernas nos indica que por la edad que tenemos, aquello, hay que diseñarlos bien en el camino diario y en el terminal de un juego. Al final de cada encuentro sentimos que el sabor de un partido nos revive de fe y esperanzas y nos comunica que el mañana siempre será el día esperado.
Hoy la voluntad nos acompaña en cada trayecto de nuestra vida. Tenemos la consigna de “trabajar” en lo que nos guste. El no hacer nada nos equilibra la vida sobre la cama y aquello nos ocasiona el disgusto del aburrimiento. Solo pensamos que al despertar de cada mañana, los amigos nos estarán esperando y la ruta de nuestro querido AELU estará en la disposición que nos legaron nuestros antepasados.
El encuentro siempre será la premura del tiempo, sea por nuestro carácter o porque quizá el olvido nos va ganando. Y en cada miércoles y viernes “Los albañiles” en el tiempo dado buscarán la razón de volver a su deporte favorito. Ya no se verán los partidos completos ni sentiremos que el marcador va llegando al tercer set.
Simplemente tomamos la raqueta, nos embolsamos las bolas, formamos nuestras parejas, hacemos el saque, gravitamos sobre el juego, intentamos llegar a devolver la bola y, entre la distancia y el juego, nos percatamos que por un poquito el punto se hizo de nuestro lado.
Un miércoles de junio, las canchas #1 y #2 se poblaron de jugadores veteranos. Ocho parejas representaban el sentir de volver a nuestro pasado. Miguel Hosaka y Teruo Okuma, Alberto Nakaya y Daniel Kuriyama, José Akaogui y Genaro Yagui, Carlitos Yamanija y Luis Iguchi. Tentados por un pasado lleno de emociones, cada cual gravitó en la forma de su juego y en el tenor de su físico. La cuenta llegaba a diez y ahí terminaba el encuentro. El cambio se hacía repentino y el descanso gravitaba en cada diez minutos sobre la banca principal. Uno a uno, la esperanza de volver a nuestro juego nos hacía ver que la tentación de los años era revivir nuestro físico actual.
En las primeras horas de la mañana la cancha #3 tiene sus inquilinos favoritos. La tentación de caminar temprano y jugar a velocidad compartida nos demuestra que su estado físico es mejor que el grupo anterior. Alejandro Chinen, Luis Miyagui, Enrique “Koe” Oyakawa y Juan Siu se llevan las palmas en cada encuentro pactado. La neblina muchas veces los acoge en su temprana caminata. Y su razón de llegar temprano es el premio de contar muchas veces con dos simpáticas damitas. Tomi Nakahodo de Robles y Jeannette Shimidzu.
Y luego llegó el “almuerzo mensual”. Quien se llevó la tentación del santo fue Carlitos Hayashida, el jugador activo más veterano por sus 87 años cumplidos y presente en los Campeonatos de Tenis del AELU. Carlitos siente que su físico es respetable y, por lo tanto, hacer de él un partido de campeonato. Es mirar veinte años atrás y decir con la franqueza de los años “que el tiempo ha pasado pero la virtud de jugar no termina conmigo”.
La mesa albergaba 18 personas de tenistas activos y pasivos. El encanto de los vinos hacía que el reflejo de una vida siempre fuera “la amistad que cubre el sentir de nuestras vidas”. Juan Uchima, Alberto Nakaya, Miguel Hosaka, Daniel Kuriyama, Carlos Saito, Luis Miyagui, Carlos Hayashida, José Akaogui, Alejandro Chinen, Carlos Yamanija, Hugo Miyadi, Manuel Tomioka, Genaro Yagui, Paco Miyadi, Enrique Oyakawa, Teruo Okuma, Alejandro Kamiyama y Luis Iguchi.
Tenían la tertulia de nuestros pasos por la vida y el simple hecho de compartir la mesa nos hacía ver que la amistad e inquietud eran los dones más preciados de nuestros días. Veinte años o quizá mucho más, con el “Grupo de los Albañiles”.
Siento, con orgullo, que los años nunca pasarán en vano. Si algunos de nuestros amigos se fueron, serán recordados en cada pensamiento y conversación. Por algo el ser humano siente que cada instante compartido es el divino proceso de una amistad que se valora en el tiempo y la distancia. Y todo aquello que nos una en el recuerdo de un set jugado o el ímpetu de un punto bien ganado. El tenis siempre estará para jugarlo.
© 2022 Luis Iguchi Iguchi