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Masaki Gaja, el sansei del equilibrio

Masaki Gaja pasó parte de su infancia en Japón y fue dekasegi durante su juventud. (Fotos: archivo personal)

El caso del diseñador gráfico Masaki Gaja es inusual. Ha vivido la experiencia de Japón en dos etapas: la primera, como niño e hijo de dekasegi, y la segunda, como un joven dekasegi.

Han sido, en total, nueve años en Japón. La primera vez, a los seis años, no fue un destino elegido. La segunda, a los 20, sí lo fue, aunque obligado por una penosa circunstancia.


JAPÓN: IJIME Y FÚTBOL

1990 fue uno de los años del boom dekasegi en Perú. Masaki tenía seis años, cursaba primer grado de primaria, y viajó con su madre a Japón, adonde un año antes había migrado su padre para trabajar.

Masaki tuvo que estudiar nuevamente primer grado en un contexto adverso, en un idioma que no conocía y una sociedad con otras costumbres y códigos culturales. De inmediato supo lo que era el ijime. Nadie se lo explicó, lo vivió en carne propia. Para defenderse, a veces tenía que pelear.

La familia se mudó cuando el padre consiguió un nuevo trabajo. ¿Qué significó eso para Masaki? Otra escuela. Y más ijime.

En ambos colegios él fue el primer extranjero, así que no estaban habituados a tratar con foráneos. Eso incluía a algunos profesores, a quienes Masaki recuerda como personas racistas que lo tachaban de “rebelde” por defenderse del bullying.

Sin embargo, en la segunda escuela logró derrotar al ijime gracias a un aliado inesperado.

Su papá intentó conducirlo por la práctica del béisbol, pero no le gustó. Masaki probó con el fútbol y le fue tan bien que se convirtió en su vehículo de inserción en la escuela.

“El fútbol fue mi vínculo con los japoneses para poder integrarme”, dice.

De allí en adelante, todo fue para mejor. Aprendió japonés y echó raíces en su comunidad. “Me sentía extranjero, pero integrado”, dice.

PERÚ: IJIME Y FÚTBOL, OTRA VEZ

A los 12 años, Masaki retornó a Perú con sus padres y su hermana nacida en Japón. Una oportunidad de trabajo en Lima para su papá movilizó nuevamente a toda la familia Gaja.

Masaki fue matriculado en el colegio nikkei La Unión y la experiencia en Japón se repitió en Perú.

En el colegio, era el “japonés”, el “importado”. Los recién llegados de Japón eran vistos como “nerds, medio tontitos; así son los ponjas, o sea, medio quedados”, recuerda.

En contraste con ellos, los ponjas “inocentones”, los peruanos eran los “vivos”. “También me peleaba, tenías que hacerte respetar”, dice el sansei.

Como en Japón, el fútbol acudió en su auxilio. Lo vieron jugar en los recreos del colegio y como lo hacía bien, lo llamaron para sumarse al equipo de la Asociación Estadio La Unión (AELU).

Además de contribuir a su reinserción en Perú, jugar fútbol le otorgaba cierto estatus que le granjeaba el respeto de los demás.

“El fútbol me salvó”, subraya. “Siempre soy leal al fútbol. Conecta con la gente, es un deporte grupal, necesitas comunicarte con los demás”, añade.

El bullying no cesó por completo, pero al menos amainó. “Pude calmar las aguas del ijime”, recuerda. Sin embargo, dice que así como fue víctima de bullying, también se lo infligió a otros. “Yo también hice ijime, reconozco que estaba mal”, confiesa.

El bullying no fue el único gran obstáculo que tuvo que sortear. El idioma fue otro.

Masaki entendía el español, pero tuvo que aprender a escribirlo prácticamente de cero. “Fue totalmente un choque”, dice. Le costó alrededor de un año aclimatarse al castellano.

DE VUELTA A JAPÓN

A los 20 años la vida de Masaki Gaja dio un nuevo volantazo. Su papá, que estaba en Japón (adonde había retornado tras no prosperar el trabajo en Perú), se enfermó de gravedad.

Masaki, que estaba estudiando diseño gráfico, viajó a Japón para cuidar a su papá y encargarse de todos los trámites relacionados con su repatriación.

Esa fue la primera parte de su tarea en Japón; la segunda, relevar a su padre en la manutención de la familia.

De pronto, Masaki, el hijo que vivía de las remesas de su papá, pasó en la práctica a ser cabeza de familia.

En su etapa dekasegi descubrió cuán importante había sido su proceso formativo de los seis a los doce años en Japón, sobre todo en el aprendizaje del japonés.

“Por algo pasan las cosas. La vida te prepara”, dice.

Trabajar le abrió los ojos a una nueva realidad. Masaki se dio cuenta de que “la plata no es fácil”. “Me hizo madurar bastante”, dice.

El entonces joven veinteañero resistió las tentaciones de su entorno y su edad: coches nuevos, fiestas, vivir la vida como si no hubiera futuro más allá del fin de semana.

No se enclaustró, pero tampoco se descarriló. Supo ahorrar. Además de mandar dinero a su familia en Perú, juntaba plata para sus estudios en Lima. (temporalmente paralizados: había estudiado dos años de carrera y le faltaban otros dos).

Masaki se relacionaba tanto con entornos japoneses como peruanos. Curiosamente, pese a haber sufrido ijime en los dos países, logró sentirse cómodo con unos y otros.

Se quedó tres años en Japón.


SUS DOS PADRES 

Masaki diferencia claramente sus dos etapas en Japón.

En la primera, como niño, el sistema japonés lo formó con disciplina, orden y limpieza, entre otros valores. Es lo que él llama “base”. Japón le dio cimientos.

En la segunda, aprendió “el valor del trabajo”. Si mantuvo su determinación de ahorrar para completar sus estudios de diseño gráfico (en vez de derrochar el dinero), fue gracias a la disciplina que le inculcaron de niño en Japón.

Obra con la que participó en el Salón de Arte Joven Nikkei. (Fotos: archivo personal)

Por eso, agradece una y otra vez la formación que le proporcionó Japón, y que hasta hoy aplica en su vida personal y su trabajo. Eso sí, con equilibrio, una palabra que menciona varias veces a lo largo de la entrevista. Es clave en su vida. Para él significa no irse a ningún extremo e intentar abrazar lo mejor de ambas culturas.

Equilibrio significa, por ejemplo, ser puntual y ordenado, como los japoneses, pero no atascarse en la rigidez jerárquica que los caracteriza, sino manejarse con flexibilidad como los peruanos.

Ahora bien, pese a todo lo que Japón le ha dado, Masaki tiene claro que se siente “netamente peruano”.

Japón, dice, es el padre de los genes, de las raíces, el progenitor recto, mientras que Perú es el papá de los afectos, el del florecimiento como ser humano.

En Perú disfruta de una “conexión afectiva” ausente en Japón.

“Allá con las justas te abrazan. En cambio, acá es abrazo, beso. Aprendí a abrirme a esas conductas que me gustan. Me gusta ser afectivo. Finalmente, eso es el ser humano, no somos tan robots como allá. Allá (son) muy robotizados, muy distantes. Por eso tengo ese equilibrio”.

 

© 2023 Enrique Higa

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Acerca del Autor

Enrique Higa es peruano sansei (tercera generación o nieto de japoneses), periodista y corresponsal en Lima de International Press, semanario que se publica en Japón en idioma español.

Última actualización en agosto de 2009

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