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La historia de Doctor Tojo, el pionero—Parte 2

*Continuación de la parte 1, la siguiente historia es contada por el abuelo del autor, Rokuro Tojo, desde una narración en primera persona.....

UNA NUEVA ETAPA

En los dos años que duró mi contrato en la hacienda Santa Bárbara aprendí el idioma y sobre todo las costumbres de la gente. Podía regresar al Japón, sin embargo, mis motivaciones ya no eran las económicas; sentía la necesidad de seguir brindando mis conocimientos a mis connacionales en su propio idioma, y a las familias de pocos recursos que, por vivir lejos de la capital, los servicios médicos eran escasos e ineficientes, por lo que decidí quedarme un poco más.

Establecerme en el poblado de San Luis de Cañete era lo más recomendable para seguir mi trabajo, por la cercanía a las haciendas donde ya tenía mis pacientes. Sin embargo, al ser una ciudad grande, no podía ejercer mi profesión libremente, pues carecía de la certificación del gobierno peruano.

Por ello, me sugirieron mudarme más al interior de la provincia, al poblado de Lunahuaná, donde muchos compatriotas se habían independizado, arrendando tierras para el cultivo de productos de panllevar y frutas, o dedicándose al comercio en general.

Con el apoyo de algunas amistades, logré mudarme sin contratiempos y establecerme en el barrio de Socsi, donde reinicié la atención de las señoras japonesas en estado de gestación del pueblo y sus alrededores.

En muchos casos tuve que atender a familias de pocos recursos económicos que no podían pagar las consultas ni los medicamentos con dinero. A cambio de ello, me remuneraban con animales como gallinas, patos y cerdos, o frutas de la región como guanábana, níspero, chirimoya y uvas.

Conforme pasaban los años, la población de japoneses iba en aumento, debido a que la zona era muy próspera y los dueños de negocios llamaban a sus familiares para que les ayuden en sus establecimientos o en las labores agrícolas, para luego poder independizarse. Una de esas familias fueron los Iwamoto: el padre, llamado Takematsu, Kino, la madre, y su hija Matsue, de 12 años, con quien años más tarde formaría una familia.

Además de ser vecinos, con los Iwamoto integrábamos también un “tanomoshi” (sistema de fondos colectivos que contribuyó a que los japoneses prosperen en el Perú). Con el dinero recaudado se independizaron, abriendo una tienda de abarrotes y ferretería, en las que les fue muy bien.

En una visita, el señor Iwamoto me propuso contraer matrimonio con su hija Matsue (un casamiento arreglado, al estilo japonés), quien ya tenía 15 años. De esta feliz unión tuvimos cuatro hijas: Keiko, Shigueko, Teruko y Katsuko.

Las hermanas Tojo, la mayor Keiko, Shigueko, Teruko y la última Katsuko

En muchas ocasiones me venían a buscar de urgencia desde otros poblados, teniendo que viajar de noche. Cierto día, fui interceptado por unos asaltantes de caminos, armados con escopetas. En ese momento pensé lo peor: ¿me robarían mis instrumentos médicos?, ¿mi dinero?, ¿mi caballo?

Ocurrió que la esposa de uno de ellos era mi paciente y, tras reconocerme, me deseó buenas noches y ordenó dejarme pasar para seguir mi camino. No sabía que era tan famoso, pero desde ese día, viajaba con más tranquilidad por los sinuosos caminos del interior de Lunahuaná.

Al ausentarme por varios días, la atención en el consultorio la dejaba a cargo de Matsue, quien me ayudaba con las curaciones sencillas hasta mi regreso. A la mayor de mis hijas, Keiko, la enviamos a San Vicente de Cañete, con una familia amiga, a aprender costura, y Shigueko, con seis años, nos ayudaba en los quehaceres de la casa y la atención en el consultorio.

Es en este tiempo en que decidimos mudarnos al centro de la ciudad, a una casa mucho más amplia que tenía una pequeña huerta con árboles frutales y muchas flores. Era la culminación del esfuerzo de muchos años.


Campaña Antijaponesa

A medida que la ciudad crecía, los pacientes también aumentaban, despertando la envidia y celos de dos médicos peruanos que atendían en Lunahuaná. Esta rivalidad se hizo patente al denunciarme ante el comisario de la ciudad por no estar autorizado a ejercer la profesión de médico. Recibí de la autoridad policial una amonestación verbal y mi consultorio fue cerrado. Consciente de mi situación y respetando la ley, dejé de atender a las pacientes y solo despachaba en la farmacia recetas sencillas, manteniendo un perfil bajo.

Por 1931 se desarrollaba en las esferas políticas una campaña antijaponesa, condenando la expansión militar del Imperio en Asia. Ello encontró justificación también en sectores de la ciudadanía que veían el rápido progreso de los japoneses en las diferentes actividades de producción y negocios. Decían que les quitábamos los puestos de trabajo a otros peruanos.

Paralelo a estos acontecimientos y, aunándose al fervor popular, en Lunahuaná los médicos procedieron a denunciarme judicialmente en la ciudad de Lima por “práctica ilegal de la medicina y propiciar el aborto”. Como resultado de esta denuncia, el Poder Judicial dictaminó una sanción por “ejercicio ilegal de la profesión médica”, sentenciándome a dos años de prisión.

Fui recluido provisionalmente en la comisaría de la ciudad hasta la llegada de la orden de traslado a la ciudad de Lima. Algunos vecinos y amigos, enterados de mi situación, intercedieron ante la autoridad policial, argumentando la conducta ejemplar y la actitud altruista con los más necesitados, solicitando la libertad provisional; sin embargo, no fue aceptada.

Mientras esperaba el traslado, recluido en Lunahuaná, Shigueko, ahora con siete años, me traía a diario la comida, y conversábamos sobre lo buena que debería comportarse y cuidar a sus hermanitas Teruko, de tres años y Katsuko, de un año, mientras yo me ausentaba. Ella no entendía por qué y solo lloraba.

El odio a todo lo que fuera japonés también había calado en la población penal, por lo que el trato que recibí fue muy desagradable, de discriminación y abuso constante.

El final

Año 1934. Luego de salir en libertad, regresé a Lunahuaná, al lado de mi familia y amigos. Pero todo era diferente, empezando por mí. ¡Yo ya no era el mismo! Pasaba los días sumido en una profunda depresión, sin ánimos de hacer nada. Vivía fatigado, irritable y triste. Dormía poco. Me sentaba a diario en una mecedora a contemplar el jardín, pero mi mente estaba en blanco.

Pasados algunos meses, y a pesar de las atenciones de Matsue, mi estado no mejoraba, por lo que mis familiares y amigos, con la finalidad de que olvide los malos momentos vividos en la prisión, creyeron que era mejor que regresara al Japón por algún tiempo para recuperarme.

Y fue así como, en mayo de 1935, después de 25 años, nuevamente estuve en el puerto del Callao para embarcarme hacia mi tierra natal, con la ilusión de reencontrarme con mis familiares y amigos. Poniendo fin, sin saberlo aún, a una etapa de mi vida que supo de alegrías y tristezas.


Las cartas dejaron de llegar

Lamentablemente, luego de su regreso a Japón, mi abuelo no mejoró tal y como se esperaba. A través de un familiar suyo enviaba algunas cartas y fotos de su estadía en Fukushima. Decía que poco a poco iba recuperando la cordura y que extrañaba a su familia en Perú y que pronto regresaría.

La ultima foto enviada desde Japón junto a familiares y amigos

Sin embargo, nunca pudo reencontrase con su familia. El estallido de la Segunda Guerra Mundial se presentó como nuevo obstáculo. Estaba prohibido cualquier comunicación con Japón y, por ende, fue imposible pensar en un pronto retorno. Sus cartas no llegaron más. Con el pasar del tiempo, se fue perdiendo la comunicación con la familia y no se supo más sobre su estado de salud, o si había fallecido.

En Perú, la abuela Matsue (a quien en la familia llamábamos “Mamita”), tuvo que encargarse sola del bienestar de la familia. Y la vida continuó.


Reconocimiento póstumo

En octubre de 1991 el Colegio Médico del Perú rindió homenaje póstumo a cinco destacados médicos japoneses que entregaron su valioso aporte a la medicina peruana. Ellos fueron Rokuro Tojo (Todio), Yoshigoro Tsuchiya, Kosey Inami, Makoto Tsuneshige y Genji Niimura. El homenaje se dio en el marco de los 30 años del Colegio Médico, así como del Centenario de la Inmigración japonesa al Perú.

Reconocimiento póstumo otorgado por el Colegio Médico del Perú por su valioso aporte a la medicina peruana.

 

© 2023 Takahashi Takashi

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Acerca del Autor

Takashi Takahashi es nikkei de segunda generación, nació en Lima, Perú. En junio de 1989 llegó a Japón como dekasegi y durante 20 años se desempeñó como traductor de una compañía contratista en diferentes fábricas de la región de Kanto, además de ser responsable de traducir los manuales de seguridad y procedimiento de trabajo. Actualmente trabaja en la Asociación Internacional de Moka (MIA), donde brindan asistencia a los extranjeros en los trámites municipales, traducción de los comunicados oficiales emitidos por el gobierno local y sobre la vida diaria, entre otros.

Participa activamente en la enseñanza del idioma español y conservación de la identidad en niños peruanos, además de difundir la cultura peruana a través del baile. Expositor en temas relacionados con los nikkei peruanos en Japón. 

Última actualización en diciembre de 2023

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