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El pequeño inmigrante — Parte 1: Cuando llama el viento

Masao Nakachi

Mi padre, Masao Nakachi, nació en Motobu, Okinawa. Migró al Perú muy joven. Solo fue a la escuela elemental, pero nunca dejó de soñar con ir a la universidad. Fue un hombre que logró hacer mucho por la colonia japonesa y por la tierra que lo acogió (Perú). Siempre se conservó humilde, muchas veces solo en la sombra, a veces olvidado, y finalmente reconocido.

Ejerció la presidencia de la Asociación Peruano Japonesa (APJ) en 1976-77. Recibió la condecoración Orden del Tesoro Sagrado por el Gobierno Japonés por sus múltiples contribuciones a las relaciones entre Perú y Japón. Trabajó en la Escuela Primaria Japonesa Santa Beatriz (Jishuryo) y en el Colegio La Unión como cocinero del comedor escolar. 

Con su esposa Kiyomi y su hijo Toshimitsu (Jorge Federico) gerenció el Restaurante Nakachi en el Centro Cultural Peruano Japonés (CCPJ), promoviendo y enriqueciendo la gastronomía nikkei . Era amante de la música, de las artes y de los libros. Tocaba el violín y le gustaba cantar, pintaba en el taller de Pintura Jinnai del CCPJ y siempre se le veía con un libro entre sus manos. Esta es la historia que me fue narrando mi padre, llamándose él mismo “el pequeño inmigrante”…

* * * * *

En Motobu

Tendría catorce o quince años en ese entonces en Motobu, Okinawa. l pueblo llegaban noticias de mis primos que estaban en el Perú. Les iba bien en el restaurante que tenían en la esquina de Colmena Izquierda en Lima y necesitaban ayuda. Oía, aquí y allá, siempre algo del Perú. Decían que había mucho trabajo en los campos, que el clima era suave y nunca llovía, que la gente era alegre, y, hasta algunos se parecían mucho a nosotros, y que la ciudad era moderna y elegante.

El pueblo no enviaba así nomás a cualquiera a Nambei (Sudamérica). Cada año había un examen muy difícil y solo cuatro muchachos eran seleccionados para viajar. Ese año, sería 1926, mis padres decidieron que tomara el examen. Aún me pregunto por qué lo hicieron, pero ¡cómo me alegró! Quizás los vientos de los grandes cambios que sacudían al país ya habían llegado a mi pequeño pueblo.

El Emperador Meiji había abierto Japón al mundo. El país estaba sumido en el retraso y la pobreza y trataba de salir del feudalismo en la vorágine de la modernización y de la occidentalización. Había incertidumbre, pero a la vez, había oportunidades totalmente nuevas. Tal vez yo era todavía muy joven para comprenderlo, pero todo esto también se veía ya en mi pueblo. Los vientos eran demasiado fuertes para no sentirlos. 

- ¡Vamos a América…! -  se oía por doquier en la pequeña isla.

Todos los postulantes nos reunimos en un salón grande.  Nerviosos y excitados comentábamos:

-  Dicen que el examen es muy difícil…

- ¡Ojalá pueda ir! - deseaba uno.

-  Vamos ¡Esforcémonos! - exclamaba uno de los mayores.

Uno a uno nos sentamos sobre el tatami frente a una pequeña mesa.  Encima de la mesita había un papel y una pluma.  Pronto todos nos encontrábamos concentrados y serios escribiendo las respuestas en el papel.  Pasé el examen.

Veintisiete años después de que saliera el primer barco japonés, el Sakura Maru, con inmigrantes para América, yo partía para el Perú.  Recuerdo  que mi tía abuela, nos prestó 300 yenes y me compró un sombrero nuevo y fino para el viaje a Perú.

Rakuyo Maru

Parado en la cubierta del barco que me trajo a Perú, el Rakuyo Maru, veía alejarse mi tierra. Todo el pueblo estaba en la playa agitando sus pañuelos. Entre la multitud podía distinguir a mis padres y a mis hermanos.

- ¿Volveré a verlos alguna vez? - me preguntaba y sentía un nudo en la garganta.

- ¡Sayonará…!

Exclam ábamos una y otra vez hasta que comprendí que ya no podían oirnos más. La excitación del momento cedió progresivamente a la sensación de soledad…de sentirnos solos por primera vez.

La isla se fue quedando lejos en el horizonte. Pronto solo se podía ver el mar en su gran inmensidad, lleno de ondas y reflejos. En el cielo volaban las gaviotas, sus sonidos nos acompañaron por un largo trecho hasta, también, quedar atrás.

Pasamos por Kobe y bajamos en Yokohama. Nos paseamos en Tokio, bulliciosa y vital, tan diferente a la vida tranquila de mi pueblo. En Osaka abordaron un grupo de migrantes chinos. A partir de allí empezó la larga travesía de 38 días.

Bajo cubierta, las familias pronto se adaptaron al espacio reducido que se les habían asignado y sobrellevaban el lento y monótono paso de los días en alta mar. En la cubierta, los marineros se ocupaban diariamente de sus tareas. Los niños correteaban y jugaban al atardecer. Los muchachos paseábamos por todo el barco, hablábamos o leíamos. Con cierta nostalgia mirábamos el mar en dirección a nuestra isla. Con el paso de los días, con ansiedad esperábamos ver en el horizonte la costa de América.

Un joven oficial del barco "Rakuyo Maru" hizo de nuestra travesía placentera. Nos mostraba el barco, nos dejaba entrar un rato en la cabina y, de vez en cuando, nos invitaba de su ración. La comida sabía diferente en el mar.

Solo recuerdo un incidente fuera de lo usual en el barco. Era un mediodía en alta mar después de semanas de viaje. La rutina en el barco era siempre la misma. El desayuno, el almuerzo y la comida se sucedían monótonamente entre la salida y la puesta del sol. Los marineros hacían su trabajo sobre la cubierta mecidos por el bamboleo del mar, algo adormecidos por el vaivén y el calor.

Era la hora del almuerzo. El sol brillaba en lo alto. Las familias se habían reunido alrededor de la mesa justo bajo la compuerta abierta para disfrutar de la luz y del sol. El viento soplaba suave y refrescante. Las mujeres servían la comida y charlaban alegremente. Los hombres y los muchachos, con gran apetito, comíamos en silencio.

¡BANG…! Retumbó con estrépito al cerrarse con fuerza la compuerta del barco que estaba sobre nosotros. Arriba se oían pasos y risas contenidas. Después de unos instantes, la compuerta se abrió un poco dejando pasar un fino rayo de luz. Con cautela, llenos de curiosidad por ver lo que habían causado, sonrientes y burlones, se asomaban los rostros morenos de los jóvenes africanos. Sus risas inundaban todo el barco.

Bajo cubierta, el polvo había caído sobre las mesas. Todos miraban hacia arriba sorprendidos, llenos de polvo y sin comida. Recuperados del susto inicial, contrariados gritábamos:

- ¡Oigan, los de arriba….! …..¿Qué creen que están haciendo?

- ¡Sonsos…!

- ¡Miren lo que han hecho…!

- Ja, ja, ja……Se escuchaban las risas de los muchachos.

Molestos subimos a cubierta y nos enfrascamos en una pelea con los muchachos africanos hasta que el Capitán y su tripulación nos separan y nos tranquilizan.

Finalmente avistamos las costas de América. Llegamos primero a San Francisco donde bajó un pequeño grupo. Después de algunos días partimos hacia el Perú. 

¡Qué excitación al avistar el Puerto del Callao! Una densa neblina cubría la Costa. Todo se veía gris y brumoso. Caía una suave garúa sobre la cubierta.

Al bajar del bote y poner un pie en el puerto, alguien, repentinamente, me quitó mi sombrero fino y nuevo que me había regalado mi tía en Okinawa.

Ilustración: Mercedes Nakachi Morimoto

Quise pensar que fue el viento que me recibía así. Sentí la brisa jugar sobre mis cabellos, la suave garúa sobre mis mejillas, y la tenue niebla frente a mis ojos. Había llegado al Perú.

Parte 2 >> 

                          

© 2023 Graciela Nakachi

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Acerca del Autor

Nació en Huancayo, Perú. A los cuatro años sus padres decidieron radicar en Lima. Estudió en la Escuela Primaria Japonesa Jishuryo y en el colegio secundario “María Alvarado”. Becada por el Randolph-Macon Woman’s College en Virginia (USA), obtuvo el grado de Bachelor of Arts (BA) con mención en Biología. Estudió Medicina Humana y Pediatría en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM) e hizo una Maestría en la Universidad Peruana Cayetano Heredia. Fellow en Pediatría en la Universidad de Kobe, Japón, trabajó como pediatra en el Policlínico y en la Clínica Centenario Peruano Japonesa. Fue pediatra intensivista en la Unidad de Cuidados Intensivos Pediátricos (UCIP) y jefe del Departamento de Emergencias y Áreas Críticas en el Instituto Nacional de Salud del Niño (INSN) en Lima. Es Profesora Principal de la Facultad de Medicina de la UNMSM. Aficionada a la lectura, música y pintura.

Última actualización en diciembre de 2023

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