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Las aventuras de papá

Mi padre, Tatsuzo Tomihisa

Todas las tardes mi padre, Tatsuzo Tomihisa, salía a la vereda y se sentaba en el umbral de la entrada de nuestra casa. Aunque contemplaba la calle en silencio, de inmediato los chicos del barrio venían a su encuentro como si lo hubieran estado esperando. El los recibía con una sonrisa, pues le encantaban los niños y doy fe de que tenía una paciencia infinita para compartir sus historias.

Su tierra natal estaba tan lejos, que a todos nos interesaba saber cómo había cruzado ese inmenso océano. No se hacía de rogar, rescataba emocionado las anécdotas que conservaba en su memoria.

Nosotros nos callábamos la boca y esperábamos que esos recuerdos fluyeran, para reírnos, entristecernos y hasta asustarnos con sus aventuras. Agradecíamos la posibilidad de ser un poco los protagonistas de esos relatos, pues la narración era tan vívida que nos sacudía el espíritu y nos sentíamos parte de esa maravillosa experiencia. A veces se ponía serio, en esos silencios permanecíamos a su lado conteniendo la respiración y anhelando que atravesara esa circunstancia difícil, para salir airoso nuevamente a compartir su vida.

Con los ojos bien abiertos y el palpitar acelerado, aguardábamos su relato que nos permitía transitar el universo para conquistar el mundo.

Recuerdo que una vez, contó esta historia: Luego de una larga travesía, había descendido de un barco en Perú y sin rumbo fijo se había internado en una selva agreste, impregnada de olores y sonidos extraños que le indicaban la presencia de la fauna acechando en la vegetación. Luego de un largo trayecto, ya estaba ansioso por hallar alguna población para pasar la noche y aceleró el paso pues las sombras del atardecer lo apremiaban.

De pronto, un chillido extraño lo hizo darse vuelta, entonces divisó a un enorme jabalí que venía a su encuentro. Como sabía que estos ejemplares son muy agresivos, apuró su andar tratando de alejarse de la bestia, pero el animal también aceleró su paso y él tuvo que correr con todas sus energías. De inmediato decidió trepar a un árbol, dejando caer la bolsa en la que transportaba sus escasas pertenencias. Trepó a un frondoso algarrobo y desde una rama en forma de horqueta se sintió a salvo, descansó allí mientras oía la respiración agitada de la bestia que de vez en cuando exhalaba un feroz chillido. El jabalí manifestaba su agresiva impaciencia exhibiendo sus filosos colmillos, hasta llegó a pararse en dos patas oliendo el tronco por el que mi padre había trepado. Largas horas después el animal cansado se echó junto al árbol, mientras mi padre lo contemplaba despavorido sabiendo que no iba a ser fácil desligarse del acechador.

Al caer la noche, el jabalí dormitaba resoplando y papá que también estaba muy agotado pues venía caminando desde la mañana, también reposó apoyado en las ramas. Cuando el amanecer encendió un débil rayo de luz sobre la vegetación, mi padre abrió sus ojos y vio al jabalí inmóvil, vencido por el sueño. Comprendió que esta era su única oportunidad de huir para salvar su vida, bajó con mucha cautela por el lado contrario a donde se hallaba el animal y apenas pisó la tierra corrió como jamás lo había hecho antes. Se alejó, subiendo por una elevación del terreno que bajaba abruptamente a una playa por la que avanzó, hasta zambullirse con rapidez al agua. No había señales de que el animal lo siguiera, pero no se detuvo y nadó veloz hasta la otra orilla. Recién entonces se percató de que había olvidado su bolsa, con las únicas pertenencias que poseía pero no se lamentó, era el ínfimo precio que había pagado por salvar su pellejo. Siguió andando en búsqueda de alguna población, comiendo frutos silvestres y descansando brevemente, hasta que al final halló unas chozas de barro con gente morena y muy suave al hablar. Había llegado a Bolivia, ya estaba muy cerca de su destino final, Argentina.

Pero, mi padre nunca dejó de ser un inmigrante nostálgico que anhelaba sentar raíces y mantener a su numerosa familia con sus propios recursos. Los acontecimientos mundiales le depararon aquí una prueba muy difícil de superar, se sintió rechazado por esta sociedad en la que había decidido llevar adelante su vida. En los años ’50, había una marcada actitud pro-yanqui en nuestro país y él no conseguía trabajo. Su oficio era peluquero y aunque la única peluquería de nuestro barrio siempre estaba colmada de clientes, el dueño se negó a emplearlo.

Japón había perdido una guerra cruenta y Argentina se había sumado al sentimiento de euforia americano, los inmigrantes japoneses eran rechazados como si también hubiesen sucumbido en las cenizas de la destrucción de su país natal.

Mis padres y mis dos hermanas mayores

Papá, con su infinita paciencia, aceptó su condición de marginado y terminó lavando ropa en la tintorería de un pariente. Como no estaba conforme con ese ingreso, también tejía redes y hacía plomitos para la pesca que luego comerciaba, además había construido un gallinero en el que teníamos muchas gallinas de las que obteníamos huevos que vendíamos en todo el vecindario. Pero las necesidades eran muchas y el sustento seguía siendo insuficiente, por lo que mis hermanas que aún eran adolescentes tuvieron que salir trabajar. Eso acentuó la depresión de papá, que desde su idiosincrasia machista se sintió humillado.

A partir de ese momento transitó por una inevitable decadencia física; en ese entonces solo relataba historias tristes de seres vencidos en las contiendas, abatidos por los obstáculos que se les presentaban en su largo andar. Ya no hubo aguerridos vencedores, ni fabulosos paraísos descubiertos por personas nobles que luchaban por su dignidad…Mi padre había sido vencido, sin haber empuñado un arma jamás.

 

* * * * *

Nuestro Comité Editorial seleccionó este artículo como una de sus historias favoritas de serie La Familia Nikkei. Aquí están los comentarios. 

Comentario de Enrique Higa:

Mientras leía Las aventuras de papá me sentía como uno de esos chicos del barrio que se sentaban a su alrededor para escuchar sus historias, embelesados por los relatos de una vida llena de emociones. Cuando Tatsuzo huía del jabalí, trepaba a un árbol salvador y se sumergía en el agua, me lo imaginaba como si estuviera viendo una película, con la respiración contenida implorando para que el animal no lo alcanzara. Aunque después la vida no lo trató bien, me quedo con la imagen del audaz inmigrante que cruzó el océano, atravesó varios países en duras condiciones y sobrevivió a la selva, como solo los valientes podrían, para labrarse un futuro. Conmovedor homenaje a papá.

 

© 2015 Marta Marenco

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Sobre esta serie

Los roles y las tradiciones de la familia nikkei son únicos porque han evolucionado a través de muchas generaciones, basados en varias experiencias sociales, políticas, y culturales del país del que ellos migraron.

Descubra a los Nikkei ha reunido historias de todo el mundo relacionadas con el tema de la familia nikkei, que incluyen historias que cuentan la manera cómo tu familia ha influido en la persona que eres y que nos permiten entender tus puntos de vista sobre lo que es la familia. Esta serie presenta estas historias.

Para esta serie, hemos pedido a nuestros Nima-kai que voten por sus historias favoritas y a nuestro comité editorial que escoja sus favoritas.

Aquí estás las historias favoritas elegidas.

  Las elegidas del Comité Editorial:

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Acerca del Autor

Marta Marenco nació hace setenta años. Cuando estaba a punto de cumplir los nueve años, falleció su padre. Su madre, Esther, era descendiente de genoveses. Marta y sus hermanos viven al norte de Argentina, siendo ella la menor de todos. Habían emigrado a Buenos Aires para insertarse en el campo laboral. Aquí formaron sus familias. Con su esposo, un veterinario argentino, Marta tiene dos extraordinarios hijos que viven en México. Actualmente, Marta y su esposo se encuentran disfrutando de su jubilación.

Última actualización en septiembre de 2015

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