La historia de mi segundo nombre me llenó de orgullo pero también me hizo sentir presionada a una temprana edad. Mi segundo nombre es Chiyoko, en honor a mi abuela Chiyoko, la madre de mi padre. Mi abuela padeció de cáncer al estómago antes de que yo naciera. Ella trató de seguir con vida para verme nacer, pero falleció unos pocos meses antes de que yo naciera. Mis padres me contaron lo triste que estaba la familia con la muerte de mi abuela, pero fui yo quien trajo nuevamente la felicidad a la familia. Los mejores recuerdos que tienen mis padres de mí de cuando yo era un bebé son de las veces que me llevaban a la casa de mi abuelo, en donde él cantaba y bailaba conmigo.
Durante toda mi infancia, pasé mucho tiempo con mi abuelo que vivía a una colina de mi casa junto con su hermana, que era mi tía abuela, y su hija, mi tía. Mi abuelo y mi tía abuela eran viudos y al estar en su casa, se percibía una mezcla entre pesimismo y amabilidad, pero también había mucho amor.
Después de la cena, mi abuelo, mi tía abuela, mi hermano y yo veíamos el programa de televisión “Wheel of Fortune” (“Rueda de la Fortuna”) y adivinábamos las respuestas. Más tarde, mi abuelo iba a su cuarto y encendía su equipo de karaoke. A él le gustaba cantar canciones japonesas enka en su cuarto. Nunca entré a su cuarto para verlo cantar. Aunque yo no entendía japonés ni podía entender lo que él estaba cantando, podía escuchar la tristeza y nostalgia en su voz. Yo me imaginaba que él estaba cantando a mi abuela.
Mi abuelo y yo teníamos la misma vitalidad con la que podíamos ser bastante amigables y extrovertidos, aunque mayormente éramos introvertidos. Lo observaba en silencio jugando un juego de cartas llamado Solitario día tras día. Finalmente, un día le pregunté a mi abuelo si yo podía jugar Solitario y él me enseñó. Luego, la rutina cambió y los dos nos sentábamos juntos en la mesa, frente a frente y sin decir nada, para jugar Solitario antes de la cena. En una ocasión, le pregunté: “¿Qué significa Chiyoko?” Él no sabía la respuesta, pero en cambio, tomó un pedazo de papel y escribió mi nombre en kanji para que yo lo tenga.
Puesto que mi abuelo no sabía qué significaba mi segundo nombre, me puse a buscar en el internet. Encontré que Chiyoko significa “la niña de las mil generaciones.” El hecho de ver la definición de mi nombre en la pantalla de la computadora, nuevamente me llenó de orgullo pero también me hizo sentir presionada. Yo sabía que me pusieron el nombre de mi abuela por alguna razón y otra vez me sentí conectada con ella. Pero, ¿yo podría hacer honor a ese nombre y hacer que las generaciones anteriores a mí se sientan orgullosas? ¿Podría convertirme en una mujer fuerte como mi abuela?
Este recuerdo me lleva a este año. Yo era una mujer de 29 años que vivía en Seattle, Washington, sintiéndome completamente confundida sobre qué hacer con mi vida. En los últimos dos años, algo comenzó a despertarse dentro de mí que me decía que yo necesitaba un cambio. Por eso, comencé a probar muchas cosas nuevas. Comencé a probarme físicamente otra vez. Regresé al judo, un deporte en donde alguna vez había sobresalido. Ingresé a mi primer torneo después de diez años. Estaba sorprendida de que me pusieran como pareja de pelea a alguien que tenía 17 años y ante quien perdí. Mi ego estaba herido pero cuando la miré, vi que ella era como yo cuando tenía 17 años. Podía ver su amor y deseo por el deporte y que yo ya no tenía. Estaba orgullosa de mí misma por haberlo intentado, pero me di cuenta que esto ya no era mi pasión.
Al mismo tiempo, decidí presentarme a un programa de doctorado. Estaba asustada. En lugar de tomar un año o dos para buscar programas de postgrado y prepararme como mis compañeros, apresuré el proceso en tres meses. Estaba segura de que una vez que tomara la decisión, el mundo y mi abuela me concederían lo que yo quería. Si yo ingresaba a un programa de doctorado, fijaría mi destino para los próximos años y podría mudarme más cerca a mi familia en California.
En abril, todo se me vino encima. Recibí la noticia de que me pusieron en la lista de espera del programa de doctorado. Al mismo tiempo, falleció un amigo mío. Llamé a mi familia, llorando en el teléfono, enfadada por lo que me había tocado vivir. Mi padre me aseguró que la paciencia era lo importante y que ahora no era el momento adecuado. Eso no era lo que yo quería escuchar. Yo estaba enojada y ya no quería esperar más. Le recé a mi abuela para que me guiara. ¿Por qué no conseguí lo que yo quería? ¿Qué se suponía que yo tenía que hacer? ¿Qué estaba tratando de enseñarme mi abuela?
Después de la tormenta de abril que pasó en mi vida, decidí dejar a un lado la presión que yo misma me había impuesto. No sabía lo que me iba a pasar después y sinceramente, no quería saber nada más. Tiempo después, comenzaron a aparecer las oportunidades. Estaba sorprendida cuando mi jefe me pidió que asistiera a una conferencia en Washington D.C. en junio. Luego, al siguiente mes, otro jefe me ofreció asistir a una capacitación en liderazgo.
Cuando fui en junio a Washington D.C. por trabajo, yo sabía que tenía algunos asuntos personales que resolver y que tenían que ver con el pasado de mi abuela. Los Archivos Nacionales de los Estados Unidos en Washington D.C. tenían registros de los archivos de internamiento de japoneses durante la segunda guerra mundial y decidí ir allí para encontrar el archivo de mi abuela de la segunda guerra mundial del Centro de Reubicación de Gila River ubicado en Arizona.
Yo no esperaba el desborde de emociones que me invadió al leer los archivos de internamiento de japoneses de mi abuela, quien tenía aproximadamente mi edad en aquella época. Aún cuando ella fue puesta en este injusto lugar, mi abuela escribió cartas a los administradores del campo de concentración pidiéndoles si podía ser reubicada para trabajar como peluquera y si alguien contrataría a una mujer japonesa. Aunque la rechazaron una y otra vez, ella siguió intentándolo. Esto añadía una nueva dimensión a mi historia familiar porque me di cuenta que ella debió haber alentado a mi abuelo para que se convirtiera en peluquero después de la guerra. Juntos fueron capaces de inaugurar su propia peluquería en Los Ángeles. Esto me mostró la perseverancia y capacidad que tenía para conseguir lo que ella quería.
En julio, viajé a Los Ángeles para asistir a una capacitación en liderazgo para asiáticos e isleños del Pacifico para mi carrera. La capacitación en liderazgo me permitió tener la oportunidad de reflexionar y evaluar mi vida, así como de pensar en dónde quería estar y de conocer a tutores que me mostraron la forma cómo llegar hasta allí. Me hizo ver lo que yo valía y cuán importante era para mí contar con el apoyo de mi familia y la comunidad. Si mi abuela pudo estar en un campo de concentración, con una salud deteriorada, enfrentando el racismo y aun así pudo seguir sus metas; entonces yo también puedo cumplir con mis metas. Cuando me despedí de mi tutora, ella me llevó a un lado y me dijo “Ya estás lista para un cambio. Estoy segura que vas a terminar por regresar aquí, a California.”
Tal vez mi abuela vio que yo había aprendido la lección, porque las cosas comenzaron a cambiar. Cuando regresé a Seattle de la capacitación en liderazgo, recibí un email para presentarme a un trabajo en California. Luego, de manera muy rápida e inesperada, me ofrecieron el trabajo y ya me encontraba haciendo los preparativos para dejar Seattle y poder regresar a California con mi familia.
Cuando me mudé a Seattle hace seis años, mi abuelo me dio una tarjeta deseándome buena suerte y esperando por mi regreso. Desde entonces, mi abuelo ya había fallecido y me pongo a pensar en cómo él había influido en mí. Como este año que pasó ha sido un viaje personal para mí para descubrir lo que yo quiero, para sentirme cómoda con mis miedos y afrontarlos ante el cambio, yo había recurrido a la fortaleza de mi abuelo y de mi abuela. Ahora entiendo el por qué me llamaron Chiyoko, “la niña de las mil generaciones,” y ahora avanzo sin miedo al saber que mis abuelos siempre estarán conmigo.
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Nuestro Comité Editorial seleccionó este artículo como una de sus historias "Nombres Nikkei" favoritas. Aquí están los comentarios.
El comentario de Susan Ito
Este ensayo refleja el vínculo entre una nieta y su abuelo japonés. A pesar de que no comparten una lengua común, me conmovió la escena en la que ella lo escucha cantar karaoke en japonés, y percibe la añoranza en su voz. Cuando ella le pregunta sobre el origen de su segundo nombre, Chiyoko, él le responde escribiendo el nombre en kanji. Ella luego descubre la fuerza y la tenacidad de su abuela y recurre a estas cualidades como inspiración para perseverar durante tiempos difíciles. Ella descubre que el ser una “hija de mil generaciones” significa inspirarse en sus ancestros y en su familia mientras crece hacia el futuro.
El comentario de Andrew Leong
Chanda Ishisaka reflexiona sobre la mortalidad y la existencia, la carga y la solidez de llevar un nombre que significa “la hija de mil generaciones”. Valiente en su descripción de las difíciles emociones de dolor y las realizaciones obtenidas con arduo trabajo, la historia de Ishisaka celebra lo que un nombre te otorga, sin caer en el sentimentalismo.
El comentario de Tamiko Nimura
El ensayo de Chanda explora la cuestión de los nombres nikkei, y la lleva más allá de simplemente preguntarse “¿cómo obtuve mi nombre?” para profundizar con la pregunta “¿cómo continuaré el legado de mi nombre conmigo?”. Es notable por la transformación de su narradora y su habilidad de transmitir escenas con una cantidad justa de detalle (por ejemplo, es una gran escena el abuelo cantando enka mientras los nietos ven Wheel of Fortune). También aprecié como este ensayo habla a través de las generaciones.
© 2014 Chanda Ishisaka
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