La familia de su padre es de Nishihara, Okinawa, y la de su madre, de Hokkaido, en Japón. Sus abuelos eran muy activos en actividades culturales y quien sigue sus mismos pasos es su nieta, Graziela Tamanaha, sansei de 26 años. Con una impresionante trayectoria de 7 años en la comunidad nipo-brasileña, comenzó una vez al año, estando presente en los principales eventos, y paulatinamente fue aumentando su actuación hasta alcanzar el compromiso máximo actual.
Raíces familiares
“Crecí con dos culturas en casa, la japonesa y la uchinanchu [okinawense, en el dialecto local]. Por ello, siento que aprendo el doble de cosas, dado que un mismo objeto tiene dos formas de llamarse ['chawan' y 'makai' (tazón)], así como términos, frases, entre otros”, cuenta.
Graziela no llegó a conocer a sus abuelos, pero sus padres contaban diversas historias sobre ellos. “Mi ojii (abuelo paterno), Seikiti Tamanaha, confeccionó un sanshin [instrumento musical típico de Okinawa] con piel de serpiente, bastante común en aquella época, y que le gustaba tocar en las reuniones con amigos. Por otra parte, mi jiitian (abuelo materno), Etuzi Nakamura, era cinturón negro en judo, cantaba en el karaoke y hacía teatro, actuaba en obras de teatro e incluso bailaba”.
Desde pequeña, vivió cerca de su oba (abuela paterna), Kame Tamanaha, de quien guarda muchos recuerdos. En cambio, la bachan (abuela materna), Ossamu Nakamura, vivía en São Bernardo(Estado de San Pablo) con sus primos. “Independientemente de ello, también aprendí mucho con ella, que, de alguna manera, incentivaba a sus nietos a practicar algo de la cultura japonesa. ¡Incluso ella me regaló mi primer yukata, que uso hasta el día de hoy!”
“Cuando la oba ofrecía ocha [té] y galletas a mi ojii en el butsudan [oratorio], también me gustaba participar ya que era natural para mí”, recuerda.
Otro hábito que tenía la oba era ir al kaikan todos los domingos. “Una vez, durante un undokai [gincanadeportiva tradicional], la recuerdo volver con una bolsa llena de cosas, como lápices, cuadernos y hasta una pelota en la otra mano”. Curiosa, la nieta le preguntó de dónde venía todo eso. Sin entrar en detalles, la señora Kame respondió que lo había ganado en un evento de la asociación provincial japonesa y que era un regalo para la pequeña.
Con la bachan, también participaba en algunos matsuris y en festivales en el barrio de Liberdade [en San Pablo – Estado de San Pablo], en los que ella bailaba en el Bon Odori. "Solíamos encontrarnos con ella antes de su presentación, siempre bonita con el atuendo del grupo, y yo quedaba encantada de verla bailar".
Al pasar los años, la oba fue dejando de frecuentar el kaikan. A pesar de su edad, era “fuerte e independiente”, vivió hasta los 102 años. Por otro lado, a la bachan le preocupaba cuál de sus nietas se quedaría con sus kimonos cuando ella no pudiera bailar más y, al final, Graziela fue la más participativa en la comunidad japonesa: se quedó con uno de recuerdo y los demás fueron donados.
Por más que las abuelas hayan dejado de estar activas en esas actividades, veía “pequeñas cosas que hacían que esos momentos culturales siguieran presentes, ya sea en el gesto o en el cuidado de la casa, sobre todo en la preparación de platos”. Y confiesa: “Extraño mucho el maze gohan de la bachan”.
Si bien sus raíces y vínculos con Japón son consistentes, la sansei también tiene parientes de otras nacionalidades: su madrina es de ascendencia italiana. “Siempre es una fiesta cuando las dos familias se reúnen en la casa de la ‘Nonna’, que es la madre de mi tía”. Y con derecho a un menú variado, que incluye onigiri, asado, ensalada de harusame, sashimi y hasta sopa de cappelletti especial de la “Nonna”. En las propias palabras de la descendiente de Uchina (Okinawa), es “el cruce de las culturas”.
Valores y tradiciones
Vinculada a las tradiciones desde pequeña, la nieta de japoneses mantiene valores como la unión familiar, el respeto a todos (especialmente a los mayores) y la humildad.
“Después de que comencé a actuar en la comunidad japonesa, me acerqué a la cultura de ambos lados (las dos culturas son extremadamente ricas y diferentes) pues comencé a entender el porqué de las cosas y cómo se van conectando. A pesar de haber crecido con algunas costumbres, cuando aprendí más sobre ellas, siempre era un nuevo descubrimiento y he ido aprendiendo cada vez más estando en la comunidad”, relata.
“En 2018, perdí a mi padre por un ACV y sentí toda la responsabilidad de dar continuidad a las tradiciones por ser hija única. Hoy comparto muchas de estas tradiciones con mi madre. Hacemos lo que veíamos hacer a la oba y, por eso, me conecté más con el lado uchinanchu”.
“Crecí escuchando varios géneros musicales y el japonés siempre estuvo presente: enka, artistas tradicionales. Quizás de ahí surgió la pasión por la música. Tuve mi primer contacto con el sanshin en 2019, en un taller que organizó la Comisión de Jóvenes del Bunkyo - CJB (Seinenkai Bunkyo), una división de la Sociedad Brasileña de Cultura Japonesa y de Asistencia Social - Bunkyo, junto con el sensei Takao Yoshimura. Me pareció interesante, pero pensé mucho en la cuestión de que era un instrumento que pasa de generación en generación. A principios de 2020, se lo pedí prestado a un amigo de mi madre porque mi ojii había enviado el de él de vuelta para Okinawa. Al saber tocar la guitarra desde hace más de 10 años, fui buscando las partituras en Internet y rasgando un poco. Son esas pequeñas cosas las que me van haciendo sentir un poco más conectada con la cultura”, añade.
Oba
Inseparables
Graziela recuerda a su abuela paterna tomando sol en el patio de la casa, cuando tenía alrededor de 2 años de edad. “Le gustaba sentarse en el parachoques del auto para leer un libro y yo jugaba cerca de ella. Éramos la oba y yo siempre juntas, a donde ella iba, yo iba atrás. [Risas] Observaba todo lo que hacía mi oba. Era común que ella practicara ejercicios de memoria, en los que contaba hasta 10. Por eso, cuando yo estaba aprendiendo a contar, se me pegó su acento, ya que la escuchaba decir "un, 'dosu', 'turesu'..." [Risas]
La señora Kame ya tenía cierta edad cuando nació su nieta, sin embargo, quería estar cerca de ella, tenerla en su regazo. “Ver esa foto me trae buenos recuerdos porque me encantaba esa camisetita [risas] y tiene el escarabajito y el moñito que mi mamá me ponía en el cabello”, agrega.
Algo que los descendientes de japoneses encontraron característico de la cultura japonesa fue la costumbre de preparar mochi en casa. “Mi madre ayudaba con la parte manual, porque la oba ya tenía edad y yo, al verlas en la cocina, ¡también quería ayudar! Era un motivo de felicidad, yo terminaba igual a un fantasmita. [Risas] Mi padre tomaba la cámara y se divertía”.
Para guardar en la memoria
En el año del centenario de la inmigración japonesa a Brasil, la abuela paterna recibió una invitación del Bunkyo para rendir homenaje a los ancianos mayores de 99 años, ceremonia realizada anualmente por la entidad. Más tarde, recibió otra invitación, de la llegada a Brasil del príncipe japonés en aquel momento. “Estábamos súper felices porque no imaginábamos que el Bunkyo hacía esas celebraciones. Entonces mi padre le pidió a mi madre que fuera como acompañante, él no sabía manejar muy bien el japonés. Pregunté si yo también podía ir pues quería saber cómo era pero me dijeron que tenía que ir a la escuela. [Risas] Nos sentimos halagados de haber tenido ese momento con el actual emperador de Japón, fue extraordinario”, dice. Y así comenzó el viaje de la nikkei de tercera generación en la comunidad.
Actuación en la comunidad nikkei
“Comencé a ser más activa en la comunidad cuando entré al Festival de Japón en 2014”. Una amiga de la escuela secundaria la invitó a ir juntas; ya habían asistido a algunos eventos y hacían paseos en Liberdade. Luego, las adolescentes se inscribieron y ayudaron en la entrada del evento. En 2015, Graziela formó parte del equipo de RRHH para ayudar en el control de la salida para el almuerzo y cena de los voluntarios. “Para ese entonces, ya había conocido a la gente de la Comisión de Jóvenes, pero no me interesaba tanto”, afirma.
Luego de colaborar nuevamente en el festival, en 2016, fue invitada a conocer la CJB y participar en un círculo de conversación. “Solo lo hacía una vez al año y quería hacerlo más a menudo, quería tener ese contacto con mayor frecuencia. Presentaron la misión y las actividades del grupo y me identifiqué”.
El primer evento como miembro de Seinenkai fue un show de Hibiki Family, un grupo musical de Japón, con la banda brasileña de rock instrumental Os Incríveis, de los años 1960. “Crecí escuchando a esa banda y me gusta mucho su estilo”. Por estas razones, fue “un privilegio” haber participado en el evento. “Tuve que hacer dedo para volver a casa porque era tarde en la noche, pero todo salió bien. [Risas] En ese sentido, la gente se ayuda mucho para que cada uno llegue a salvo”. Así, la novata fue sintiéndose acogida por los veteranos.
“En ese momento, sólo iba a la facultad, entonces podía ayudar al grupo. Porque cuando entras, participas según tu disponibilidad. Es diferente a cuando tienes un cargo de responsabilidad [en la dirección o vicepresidencia]”.
En 2018, tras perder a su padre, la publicista recién graduada pensó en parar de hacer todas esas actividades, pues se encontraba “sin suelo, no tenía motivación para seguir con esas cosas”. Sin embargo, sus amigos le insistieron en que siguiera: “lograron darme fuerzas”. Permaneció en la CJB dentro de sus propios límites, si se daba cuenta de que no estaba bien o no tenía voluntad, no se obligaba a hacer algo. Sin duda, mantenerse activa la ayudó mucho a superar el duelo.
© 2022 Tatiana Maebuchi