¿De dónde eres? ¿En dónde aprendiste a hablar inglés? ¿Comes comida normal? ¿Comida americana?
Gran parte de mi vida he vivido en comunidades en donde hay pocos asiáticos, ni qué decir de los sansei. Años atrás, compañeros de clase, extraños, preguntarían las inevitables interrogaciones. Para ellos ser americano japonés significaba ser japonés.
Más tarde, con el aumento en popularidad de la cultura y cocina japonesas, las interacciones cambiaron un poco. En vez de ser entrevistada, me convertí en una audiencia para las reseñas de mis compañeros de trabajo acerca del último restaurante o tendencia cultural o evento histórico, cualquier cosa japonesa.
A veces no me miraban directamente a mí, sino que se colocaban para verme periféricamente como si ellos estuviesen en el escenario dirigiéndose a la clase, y yo los estuviera observando desde bastidores. Esta vez las preguntas y comentarios eran más retóricos. Yo adoptaría una pequeña tensa sonrisa de labios cerrados, una ligera agachada de cabeza. Me voltearía parcialmente fingiendo un reconocimiento tímido y sutil de lo que yo esperaba que ellos pensarían era nuestra profunda percepción compartida. “Ah, sí”. “Por supuesto”. “Mmm”.
Se me ocurre que cuando yo era una niña traté de convencer a mis compañeros de clase de que yo era igual que ellos. No quería que ellos pensaran que había algo distinto sobre mi casa, mi familia. Pero más adelante, como adulta joven, traté de dar a entender todo lo contrario. Mi familia y yo éramos exóticos. A decir verdad, no sé nada acerca de su versión del ser americano japonés.
Solo hablaba inglés mientras crecía. No practicaba ikebana o karate o incluso origami. (La negación suena tonta hoy en día). Mi padre no era delgado ni frágil, y no hablaba enigmáticamente o usaba metáforas como los arquetipos (estereotipos) asiáticos de la TV. Era arisco, tosco y áspero. Marcaba la pauta de nuestras cenas familiares, las que no eran silenciosas ni refinadas. En nuestras conversaciones no éramos humildes o modestos. Era un diálogo directo acerca del trabajador y el sistema con el que estaba en contra.
¿Y qué comía yo realmente? Mi madre se burlaba de los gourmets. “¿Quién no puede cocinar cuando compras todos esos ingredientes caros? La verdadera cocinera utiliza lo que tiene”. Huevos revueltos con cebollas servidas con okayu. (Nosotros lo llamábamos okai). Pastel de carne o pollo frito o churrasco bañados con tomates en conserva de su jardín. Chuletas de cerdo y chucrut servidos sobre arroz. Arroz, siempre arroz. Y té.
En los días más calurosos de verano había fideos fríos, comíamos en el sótano con un ventilador Westinghouse aireando nuestros tobillos. Fideos fríos que he visto ser ofrecidos en restaurantes japoneses. Pero los fideos nunca parecen ser tan gruesos, el caldo nunca tan sabroso.
Lo mismo es cierto para sus gigantes rollos de sushi y atiborrados inari. (Los llamábamos “tortugas”, tortugas gordas. Solo hace algunos años aprendí su nombre japonés). “Es comida rural”, mi padre decía. “Tu madre es una campesina”.
No tengo ninguna receta para compartir; desearía tenerla. Pero se me ocurre a mí, como en muchas familias, que no se trataba solo sobre la comida. Mi experiencia de infancia no fue única. Porque éramos los únicos fuimos atormentados y hostigados y aislados.
He leído que en las familias que tienen que ver con el abuso, los miembros fingen en el mundo exterior que no hay nada fuera de lo común sobre su familia, su hogar. Con mi familia hacíamos lo opuesto. Una vez dentro de nuestro hogar, a salvo en torno a nuestra mesa de comedor, actuábamos como si nuestras experiencias externas fuesen igual a lo que veíamos en TV o en las revistas. Debatíamos y hablábamos sobre temas e ideas como si fuésemos miembros integrales de la comunidad. Y sobre el té y el arroz y la comida rural que habíamos hecho, ahora me doy cuenta, lo que mi madre admiraba en otros cocineros. Habíamos hecho una comida con lo que teníamos. Éramos americanos japoneses. Auténticos.
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Nuestro Comité Editorial seleccionó este artículo como una de sus historias Itadakimasu! favoritas. Aquí están los comentarios.
Comentario de Nina Kahori Fallenbaum
Las vívidas evocaciones de esta pieza, sobre la cocina casera campestre, así como de las cariñosas descripciones de los padres y de la vida familiar, resonarán con los nikkei alrededor del mundo. Mucha complejidad es capturada en unas cuantas palabras: los desafíos y unidad constituidos al crecer entre otros pocos nikkei, y el recuerdo feliz de los “tortugas” de inarizushi preparados por su madre. “La verdadera cocinera usa lo que tiene”, dice la madre de Nishimoto, evocando una orgullosa tradición de estacionalidad, flexibilidad y de ahorro que perdura a través de la diáspora japonesa. A pesar de las adversidades, el amor y el cariño expresados a través de la comida en la familia Nishimoto resonarán a través de las culturas y las circunstancias.
Comentario de Nancy Matsumoto
Me gusta la energía y honestidad de lo “Auténtico” de Barbara Nishimoto, y del orgullo desafiante que adopta sobre la manera en que su familia no se conforma con los estereotipos asiáticos. Sus descripciones de los sencillos platos “campestres” que su madre nisei preparaba me recuerdan a los platos que mi madre y mi abuela preparaban, muchos de ellos eran los mismos. La manera en que asocia esas comidas a una identidad americano japonesa auténtica y de creación propia es al mismo tiempo conmovedora y poderosa. Aunque yo no crecí sintiéndome tan aislada y excluida, este ensayo me hizo sentir el dolor de la autora de una manera profunda, y me trajo a la memoria mi propio sentido de la infancia sobre la mesa de la familia como círculo mágico en donde los desaires y heridas del mundo exterior no tenían cabida.
© 2012 Barbara Nishimoto
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