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Una visión, un camino

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Abriendo caminos

Lo que fue un sueño hoy es una realidad. Las huellas bien dejadas en los caminos de la vida no son borradas por el tiempo ni por el olvido de la gente. Por esto, dejemos los recuerdos de los que se lo merecen, en la eternidad de las palabras. De los innumerables, uno de ellos fue mi padre.

Masao Nakachi

Masao Nakachi era un issei con mucha visión para la tierra que lo acogió. Su incesante búsqueda del conocimiento en los libros, en el quehacer del día a día, en las oportunidades y las opciones de la vida le permitieron abrir y forjar nuevos caminos para la comunidad y para los que le siguieron. Muchos como él, en grupos silenciosos, pavimentaron el camino para un mejor futuro harmonioso.

Se dio cuenta que no solo se debe soñar, sino que se debe enseñar, que se deben dejar huellas permanentes al hacer caminos, al construir para   cambiar el mundo y hacerlo mejor.

Durante toda su vida creyó que dar, no solo era brindar una mano, sino comprender al ser humano en toda la magnitud de sus necesidades.  

Siempre decía que “…el tiempo pone cada cosa en su sitio, las oportunidades llegan cuando estamos preparados… la verdadera felicidad está en el recorrido que seguimos hasta obtener nuestro objetivo, en las ilusiones, en las esperanzas”. Por lo que siempre nos impulsaba a estudiar y aprender, a estar siempre preparados.
 

Los inicios del Centro Cultural

Aún, cuando todo estaba en contra, cuando creía en algo, era el primero en tratar de hacerlo funcionar.  Todo el tiempo pensaba en qué hacer para ser mejores. Ante los problemas trataba de encontrar soluciones. Ante las necesidades, especialmente de la colonia, buscaba cómo remediarlas.

El terreno donde se construyó el Centro Cultural Peruano Japonés fue dado por el Gobierno Peruano a la colonia japonesa como indemnización por los daños causados por los saqueos y maltratos sufridos a consecuencia de la Segunda Guerra Mundial durante los años 40.
 

Príncipe Akihito y la Princesa Michiko en la Inauguración del CCPJ

El Centro Cultural Peruano Japonés se inauguró en 1967 con la presencia del Príncipe Heredero Akihito y la Princesa Michiko de Japón.

Mi padre pensaba que era un momento histórico y no escatimó esfuerzos para llevarnos, a mí y a mis hermanos, para ver el desfile del Príncipe y de la Princesa Imperial.

En medio de la algarabía controlada de los escolares y de los personajes más importantes de la colonia, los príncipes pusieron la primera piedra y plantaron el pino conmemorativo en los jardines del centro.

Mi padre me hizo estar presente en uno de los momentos más bellos de mi niñez, mirando con asombro la delicada belleza y elegancia de la Princesa Michiko.
 

Director de Asistencia Social

Durante varios años fue el Director de Asistencia Social del CCPJ, un cargo muy difícil en los comienzos del centro. 

Cuando recién empezó a funcionar el Centro Cultural Peruano Japonés era difícil sostenerlo financieramente; muchas veces veía a mi padre sacar de su propio bolsillo para poder pagar a los trabajadores. Lo hacía porque creía que tener un centro cultural era algo muy bueno para la colonia.

Como director de Asistencia Social cuidaba de los enfermos y de los más desposeídos de la colonia. Tenía a su cuidado a toda una familia completa con grandes problemas psiquiátricos que no podían cuidar de sí mismos, logrando colocarlos en un hospital que podía ocuparse de ellos.

Recuerdo que una vez me llevó al Asilo de Ancianos que albergaba a la mayoría de los ancianos sin familia de la colonia. Era duro verlos así. Siempre les llevaba medicinas, ropa y comida.

Otro día fuimos a visitar a los enfermos de la colonia que estaban hospitalizados en el Hospital 2 de Mayo (del estado), al cuidado de una monja de la caridad en un pabellón que atendía a los japoneses de todo el Perú. Mi ojiichan había fallecido allí muchos años antes.

Lo que más me impactó fue el manejo que hizo con un señor japonés que vino a pedirle ayuda a mi padre. El señor vestía harapos y, aunque mi padre le decía que tome asiento, no lo hacía.

—Nadie me puede ayudar, Nakachisan, solo usted. Quisiera volver a Japón.

—No tengo tanto dinero —le dice mi padre.

—No se preocupe. Yo tengo dinero. Solo quiero que usted me ayude a conseguir la visa, el pasaporte y me compre el boleto. Tenga usted aquí tengo dinero —le respondió el señor enseñándole el dinero.

Mi padre aceptó ayudarle y le dijo que regrese otro día. Ese día el señor vino vestido de la misma manera. Mi padre fue al armario, escogió un terno con camisa y corbata, ropa interior, medias y zapatos. Lo llevó al baño turco y le hizo cambiar de ropa.  Una vez hecho esto lo llevó al aeropuerto y lo puso en un avión rumbo a Japón.

Mi padre regresó y se sentó en el sillón un poco pensativo y cabizbajo, pero no nos dijo nada.
 

El primer consultorio médico donado por la Embajada de Japón al CCPJ

Cuando vio la necesidad de cuidar la salud de la colonia fue el primero en tratar de hacer algo más. Ya que estaba en la posición de Director de Asistencia Médica decidió solicitar la donación del primer consultorio médico del CCPJ a la Embajada de Japón. Lo recibió y nos lo mostró, a mi esposo y a mí, con gran orgullo y alegría. Ese año mi esposo había ganado la beca de Mombusho del gobierno japonés. Nos dijo:

—Cuando regresen de Japón, después de terminar su beca, tendrán un lugar donde trabajar.   
 

Policlínico Peruano Japonés

Mi padre vio la necesidad de construir un policlínico. En uno de sus viajes a Argentina para visitar a sus familiares llegó a ver la Clínica en Buenos Aires. Gestionó que le dieran los planos y los trajo para construir uno en Lima. Con la ayuda del Sr. Kitsuta, que fue a Japón a solicitar la ayuda financiera, y el Sr. Nakada, secretario del Centro Cultural, después de muchas discusiones y controversias, con la ayuda de muchas personas, su sueño finalmente se hizo realidad. Mientras se construía, mi esposo y yo estábamos en el Hospital Docente de la Universidad de Kobe.

Cuando volvimos de Japón, el policlínico, aunque tenía cuatro pisos, solo logró hacer funcionar el primer piso. Como era el sueño de mi padre, decidí que tenía que hacerlo funcionar y tener éxito. Los dos primeros años no nos quisieron dar un consultorio aduciendo que todo estaba copado.

Eran los tiempos del ex Presidente Alan García con un Perú con alta inflación y gran desempleo. Mi esposo trabajaba ad honorem en Emergencia del Hospital del Niño y yo, como se dice en criollo, “tuve que patear lata” durante muchos meses. Me había presentado a varios hospitales, pero no conseguía plaza. Me decían mis colegas conocidos:

—Para qué te presentas, Chelita, te dijimos que esa plaza ya está tomada por uno del partido.

Como mis padres tenían la Cafetería del CCPJ, siempre terminaba yendo allí. Un día el Sr. Nakada (que seguía siendo el Secretario General del CCPJ) me preguntó:

—Masaechan, ¿no puede conseguir trabajo? —con gran desaliento tuve que decirle que no conseguía plaza en ningún hospital.

—Ven, vamos…

Me llevó al policlínico y me enseñó el segundo piso diciéndome que todos los consultorios estaban vacíos y que solo estaba ocupado uno por el médico internista de adultos. 

—Escoge cualquier consultorio. Ve lo que haces.

Me instalé en uno de los consultorios y por días me puse a leer el Vademecum médico.  Un día, tímidamente, llegó mi primer pacientito. Luego vinieron sus hermanos, sus primos, sus vecinos hasta que tuve que abrir los turnos de sábado y de mediodía.

Empecé a hacer trabajar en equipo con los médicos enviándoles interconsultas para hacerlos conocidos (aunque se molestaron porque les enviaba niños) y a laboratorio para medir la hemoglobina que pedían las mamás (disculpen si esto les molesta, pero me enviaron un memorándum diciéndome que ellos no sacaban sangre a niños).

A partir del año en que entré, el policlínico creció. Se había hecho realidad la visión de mi padre. Todos decían que era la buena administración, pero yo había seguido el consejo de un amigo de mi esposo que me dijo:

—No uses propaganda ni páginas amarillas. Solo la reputación que te dan los pacientes mediante “boca-oído”. Si eres buena, vendrán. 
 

La Clínica Centenario Peruano Japonesa

La clínica llevaba construida varios años e inaugurada varios meses. Nadie quería hacerse cargo de hacerla funcionar. Es verdad, es difícil hacer algo por primera vez.  Por presión de la Embajada de Japón y a pedido del Sr. Maruy, el Dr. Shimabuku aceptó el reto de hacerla funcionar. Me sumé al reto, pues era parte del sueño de mi padre.

Analizando las otras clínicas privadas, a las que en ese momento lamentablemente no les iba bien, el Dr. Shimabuku nos ayudó a descartar la idea de ser solo una clínica materno-infantil. Con la ayuda del Dr. Watanabe, del Dr. Serida y de la Dra. Isayama, a la que se sumó posteriormente el Dr. Shimabukuro, asumimos el reto de hacerla funcionar, primero como Emergencia y Unidad de Cuidados Intensivos. La consulta externa la asumiría el Policlínico.  Esta estrategia resultó buena. Y se seguía haciendo realidad la visión de mi padre.
 

El taller de pintura “Camino a la Felicidad”

Hay muchos otros ejemplos que probablemente la mayoría ha olvidado o no lo sabe. Por ejemplo, cuando se abrió el taller de pintura, fue el primer alumno en inscribirse para aprender a pintar. Creía y decía que ir a pintar era transitar el “Camino a la Felicidad”.

El artista cuando pinta expresa sus emociones, sentimientos, creencias acerca de sí mismo, del ambiente que lo rodea y lo que es como ser humano, en soledad o en comunidad. Mi padre siempre pensó en su comunidad. Para él, el Centro Cultural y el taller de pintura, muy especialmente, eran transitar y vivir en el Camino a la Felicidad.


Getobol (Gateball)

Adivinen como empezó el getobol (gateball) en el Perú. Tal vez mi madre y yo somos las únicas que sabemos que mi padre fue el primero que llevó el primer palo de getobol desde Okinawa hasta Lima.

Me consta, pues en los años ochenta yo estaba estudiando en la Universidad de Kobe y mi padre volvió de una visita a Okinawa con un palo de getobol muy usado. No pude convencerlo de dejar el palo pues estaba segura de que no lo dejarían pasar en el aeropuerto. Lo dejaron pasar con el viejo palo de getobol al hombro pues no cabía en la maleta. Tuvo la visión de que era un deporte que podía ser practicado por todas las edades, especialmente los de la tercera edad.

Siempre recordemos a aquellos que, con sus sueños y esperanzas, nos han hecho lo que somos y nos han dado lo que tenemos hoy. Fueron nuestros padres, nuestros abuelos. Nunca debemos olvidarlos.

Masao Nakachi (87), Federico Nakachi Morimoto (51) y Key Carreño Nakachi (8), tres generaciones que viven el presente y el futuro del Perú.

 

© 2024 Graciela Nakachi Morimoto

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Acerca del Autor

Nació en Huancayo, Perú. A los cuatro años sus padres decidieron radicar en Lima. Estudió en la Escuela Primaria Japonesa Jishuryo y en el colegio secundario “María Alvarado”. Becada por el Randolph-Macon Woman’s College en Virginia (USA), obtuvo el grado de Bachelor of Arts (BA) con mención en Biología. Estudió Medicina Humana y Pediatría en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (UNMSM) e hizo una Maestría en la Universidad Peruana Cayetano Heredia. Fellow en Pediatría en la Universidad de Kobe, Japón, trabajó como pediatra en el Policlínico y en la Clínica Centenario Peruano Japonesa. Fue pediatra intensivista en la Unidad de Cuidados Intensivos Pediátricos (UCIP) y jefe del Departamento de Emergencias y Áreas Críticas en el Instituto Nacional de Salud del Niño (INSN) en Lima. Es Profesora Principal de la Facultad de Medicina de la UNMSM. Aficionada a la lectura, música y pintura.

Última actualización en diciembre de 2023

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