En el año de 1897 empezaron a llegar a México trabajadores japoneses como parte del acuerdo de amistad que se firmó en el año de 1888 entre ambos gobiernos. En un principio arribaron agricultores a Chiapas, obreros a las minas de Coahuila y Chihuahua, jornaleros a Veracruz y pescadores al puerto de Ensenada en Baja California donde se dedicaron a la captura del abulón y de otras especies marinas.
Posteriormente en 1917, gracias a un convenio firmado entre Japón y México, se permitió ejercer libremente la profesión a doctores, dentistas, veterinarios y farmacéuticos. Se estima que más de medio centenar de profesionistas japoneses arribaron a México para trabajar en distintos lugares de la República antes de estallar la guerra en 1941.
Sin embargo, pocos años antes de la firma de este convenio, ya radicaban en México algunos doctores. Uno de ellos fue el doctor Kendo Koi quien llegó a Otatitlán, en la región de Papaloapan, Veracruz en el año de 1916. En ese entonces, el doctor había cumplido los 28 años de edad y no se sabe con exactitud cuáles fueron los motivos que lo hicieron trasladarse de su ciudad natal de Hiroshima y establecerse en plena revolución en esta región.
Cuando ingresó a México el doctor Koi, ya había cerca de tres centenas de japoneses que vivían en ese estado, principalmente entre las ciudades de Acayucan, Minatitlán y el puerto de Coatzacoalcos. En el mismo estado de Veracruz se localizaba la hacienda “La Oaxaqueña”, plantación azucarera donde en el año de 1906 llegó un contingente de cerca de mil japoneses, contratado para cortar caña de azúcar y elaborar el dulce. Las condiciones de insalubridad en esta plantación, hicieron que varios trabajadores murieran víctimas del paludismo y de enfermedades gastrointestinales por lo que en ese lugar podemos encontrar aún sus tumbas con inscripciones en idioma japonés. Por otro lado, la terrible situación laboral de los trabajadores orilló a que la gran mayoría de los inmigrantes desertaran y se dirigieran a otros lugares de México.
Es probable que estos pioneros fueran los que auxiliarían al doctor Koi para instalarse en el pueblo de Otatitlán. Al finalizar la revolución, México no contaba con suficientes médicos por lo que la presencia de Koi representó un gran alivio y ayuda para la población. Para ejercer su profesión en México, su título de doctor fue reconocido en la Universidad Nacional. Su trabajo y dedicación fueron desde un principio muy valorados por la población y las autoridades del lugar.
En unos cuantos años de estancia el doctor ya estaba plenamente integrado a la vida y a las costumbres de los pobladores de Otatitlán. En el año de 1923, Koi se casó con una joven mexicana, la señorita Carmen Bogard, quien era originaria del lugar y con la que procreó seis hijos.
Dos años antes de la llegada de Koi a Veracruz, en la ciudad de Acayucan, ya radicaba otro japonés, Junsaku Mizusawa, con el que al correr de los años entablaría una profunda amistad. Este joven japonés, originario de la prefectura de Niigata, llegó a México a la edad de 25 años y se integró a uno de los pequeños comercios que uno de sus paisanos tenía en esa población. En el año de 1925, Mizusawa se trasladó al pueblo de Otatitlán para ayudar al doctor Koi; a su lado fue adquiriendo conocimientos teóricos y prácticos de medicina, pero también se fue capacitando en la elaboración de sustancias que sirvieron como medicamentos para aliviar los dolores y enfermedades de los pacientes. Mizusawa abrió así una farmacia donde comenzaría a atender a sus pacientes.

El doctor Koi mudó su consultorio a Papaloapan, a unos cuantos kilómetros de Otatitlán, en el estado de Oaxaca. De este modo estas poblaciones aisladas y pobres, ubicadas en la ribera del río Papaloapan, pudieron contar con doctores y medicinas.
Debido a la labor que realizaron en estas poblaciones Alfredo Koi y José Mizusawa, como serían reconocidos, lograron entablar profundas y estrechas relaciones con sus habitantes a lo largo de estos años, lo que permitió que se arraigaran y que se sintieran como parte de estos pueblos. Por esta razón, ambos iniciaron los trámites para solicitar la nacionalidad mexicana ante la Secretaría de Relaciones Exteriores en el año de 1927, petición que les fue otorgada finalmente tres años después.
Al estallar la guerra del Pacifico entre Japón y los Estados Unidos en diciembre de 1941, México rompió sus relaciones con Japón y se vio obligado, por presión de su vecino del norte, a excluir de las fronteras y las costas a todos los inmigrantes japoneses y sus descendientes. Para cumplir con ese objetivo, la Secretaria de Gobernación ordenó a todos los japoneses y sus familias se concentraran en las ciudades de Guadalajara y México para que estuvieran estrechamente vigilados.
A mediados del año de 1942, el doctor Koi y Mizusawa recibieron telegramas donde se les indicaba que se trasladaran de inmediato a la ciudad de México. En un principio, ambos dudaron de que pudieran estar incluidos en las listas de concentrados puesto que ellos ya eran ciudadanos mexicanos y habían renunciado a la protección de Japón.
Las órdenes de traslado y concentración que recibieron Koi y Mizusawa por tanto eran totalmente ilegales y se debían a una visión racista y discriminatoria que consideraba que solo por el hecho de tener sangre japonesa era motivo suficiente para concentrarlos. Aun así Koi y Mizusawa se trasladaron la ciudad de México y se reportaron de manera inmediata a la Dirección de Investigaciones Políticas y Sociales, organismo encargado de vigilar a los japoneses.
En las cartas de naturalización, los japoneses aceptaban su “adhesión, obediencia y sumisión” a las leyes mexicanas y gozaban por tanto de todos los derechos y obligaciones de los mexicanos. El propio José Mizusawa escribió de puño y letra, una carta en español dirigida al secretario de Gobernación, Miguel Alemán, donde le solicitaba respetuosamente, como ciudadano mexicano, le permitiera regresar a su amado pueblo de Otatitlán.
El traslado de Koi y Mizusawa a la ciudad de México causó de inmediato gran preocupación y protestas de los pobladores de Otatitlán y de Papaloapan pues consideraron que tal medida, además de injusta, era perjudicial para todos ellos que se vieron afectados de pronto al no contar con la atención de sus queridos médicos.
Las propias autoridades municipales y los mandos militares instalados en esta región, igualmente se inconformaron y enviaron de inmediato cartas a la secretaría de Gobernación para solicitar el regreso de Koi y Mizusawa. En estas cartas los presidentes municipales explicaron que ambos eran personas honorables, honestas y respetuosas de las leyes mexicanas, además de ser ciudadanos ejemplares. Por otro lado, las organizaciones agrarias, de trabajadores y la población en general dirigieron cartas a las autoridades federales para informarles que los servicios que prestaban a la población los japoneses naturalizados eran necesarios y que además se habían entregado de manera desinteresada al servicio de la comunidad pues en muchas ocasiones no cobraban las consultas y regalaban las medicinas a los pacientes que no contaran con recursos suficientes.
Ante estas peticiones tan claras y contundentes de los pobladores y las autoridades locales, el secretario de Gobernación autorizó el regreso a los doctores unos meses después de su traslado a la ciudad de México. Es de imaginar el gran júbilo que causó en la población el regreso de Koi y Mizusawa quienes pudieron seguir atendiendo a sus pacientes, pero desgraciadamente no por mucho tiempo.
José Mizusawa, a los pocos meses de regresar a Otatitlán, murió del corazón a fines del año de 1943. El doctor Koi, al final de la guerra en agosto de 1945 recibió con gran tristeza y aflicción la derrota del país donde había nacido; sobre todo le dolía enormemente el lanzamiento de la bomba atómica a su ciudad natal de Hiroshima donde murieron más de 100 mil personas al momento de la explosión. Aunque se haya naturalizado mexicano, el doctor no dejó de sentir un gran pesar al saber que cientos de miles de personas inocentes habían muerto sin ser parte del ejército imperial japonés. Koi murió un año después en el pueblo de Otatitlán donde reposan sus restos, en el mismo cementerio donde fue enterrado Mizusawa.
* Artículo elaborado con la colaboración de Jumko Ogata.
© 2018 Sergio Hernández Galindo